jueves, 28 de enero de 2016

Río Mayo-Los Tamariscos

Desayunamos en el hostal y salimos a la carretera con la esperanza habitual de que el viento se porte bien. Los dos primeros kilómetros nos ponen las pilas con un repecho aunque sabemos que será todo o casi todo llano hoy.
A partir de ahí hacia el norte  con viento de costado nos sorprenden diez kilómetros de ripio que no aparecen en ningún mapa y que nadie nos había dicho.
Pasado el bailecito la carretera gira al este quince kilómetros y ahí sí empuja el viento. Rodamos veloces pero preocupados porque sabemos que en realidad estamos dando un rodeo sobre el mapa y tendremos que recuperar el sentido oeste.
A los cincuenta kilómetros paramos a descansar y a comer algo de fruta a la orilla de un río que nos ofrece un rato agradable.
Ahí se acaba lo bueno.
Hacía el oeste viento en contra y aunque poco a poco la carretera gira hacia el norte nos sigue exponiendo mucho.
A Santi la parada se le ha atascado un poco y no acaba de estar fino. Seguirá sufriendo hasta el final de la etapa como un campeón.
A los 70 kilómetros estamos bastante cansados y paramos a comer. Al retomar la marcha nos encontramos con una pareja de vascos que han viajado a la Antártida y ahora recorren la Patagonia en coche.
Nos despedimos y continuamos pedaleando cada vez más cansados hasta que la fuerzas se nos acaban y empezamos a buscar un refugio en mitad de la pampa. Las rectas son interminables y no vemos nada que parezca habitado. Llevamos agua suficiente porque unos chilenos en ruta nos han llenado las botellas. Tendremos que prescindir de la ducha y del refresco esta vez.
Ya hemos elegido. Una zona más baja en mitad de la llanura nos protegerá del viento. Antes de acampar por si acaso decidimos preguntar a algún conductor por un paraje llamado Los Tamariscos. Creíamos que debería estar cerca pero no lo hemos alcanzado.
Un colectivo para y nos dice que estamos a quinientos metros del deseado lugar. Se nos abren los ojos como platos y vamos en busca de una pared para poner la tienda refugiados. No son quinientos metros sino tres kilómetros de viento fuerte pero ya no importa.
Resulta que parece habitado y después de gritar unas cuentas veces aparece Maxi y nos dice que tiene una habitación y que nos cobra muy poco.
Y para colmo tiene un pequeño bar donde nos espera  una bebida bien fría y una cena insospechada hace tan solo tres kilómetros.
Una vez más salvados por la campana.
No hay ducha por poner alguna pega. En su lugar la palangana de la foto...y un poco de imaginación.








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