jueves, 21 de enero de 2016

El Ligrum-Río Bote

He dormido del tirón y mis compañeros también. Me acusan de roncar pero no hay pruebas evidentes del delito. El desayuno rápido ya habitual de leche (en polvo) con avena y a pedalear. La mañana está preciosa y no hay relieve así que avanzamos a buen ritmo. Nos cruzamos con una pareja de vascos que viajan en dirección contraria y ya no vemos a nadie más en todo el día. Cuando llevamos unos 50 km. Alejo se plantea la posibilidad de llegar el mismo día a El Calafate (120 km. ) así que después de un picoteo conjunto aligera el ritmo y lo vemos desaparecer en un santiamén. Es un triatleta, qué esperábais... Hace poco corrió el ironman de Brasil. Cuando aprieta el ritmo Santi y yo nos preguntamos cómo es posible que hayamos ido a dar con un triatleta de 25 años en lugar de con un gordito argentino amante de la parrilla y el fútbol televisivo. El caso es que es un tipo fenomenal, lleno de inquietudes y amante del deporte que cuando se lo propone llega a Calafate aunque tenga que hacer 120 km. en un día. Santi yo nos quedaremos cuarenta kilómetros antes, en Río Bote, con la intención de madrugar al día siguiente y hacer los 40 restantes con la calma del amanecer.
Antes de llegar a Río Bote y tomar el deseado refresco bajamos la cuesta de Miguel. Un descenso prolongado de unos 13 km. que nos muestra una vista espectacular de los Andes y el Lago Argentina.
Finalmente alcanzamos Río Bote pero no hay bar ni nada. Un río y unas casa que parecen abandonadas. Desde luego el restaurante está cerrado desde hace tiempo y después de dar unas voces aparece el Sr. González.
Un criollo, criollo de pelo bellaco, según su propia descripción. Vive solo con su perro y nos recibe friendo tortas. Nos ofrece unas cuantas y lo cierto es que están deliciosas.
La conversación es amena aunque a Santi y a mí se nos escapa buena parte de la jerga criolla. El Sr. González nos permite acampar junto al río y nos anima a comer queso y mortadela con las tortas. Después de acampar nos daños un baño regenerador en el río y tomamos una siesta que nos deja completamente nuevos.
La tarde sigue con unos mates en casa del Sr. González y un montón de anécdotas que nos llevan a los años 70 u 80: el Ford A, el huevón de su yerno, o el conflicto con el estanciero . Está enfermo del corazón y la disnea le traba el discurso. Tiene las piernas inflamadas y una risa aparatosa que disfruta en cada carcajada.
Nos permite usar su cocina para hacernos unos tallarines y nos comenta que su viejo televisor lleva días sin sintonizar. Por la noche cuando enciende el  generador eléctrico paso a ayudarle con el viejo Telefunken y el aparato de direct tv. Sin saber muy bien cómo acaba saliendo las imagen y el sonido después de un buen rato.
Al Sr. González se le ilumina la cara y grita: Ahí prendió!! Puede que juegue el Boca esta noche.

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